En estos tiempos donde todo parece acelerado, donde los títulos llegan rápido y la información vuela en segundos, quiero detenerme un momento para hablar de algo que, para mí, es esencial en esta profesión: la vocación.
Podés estudiar periodismo. Podés recibirte en pocos años, leerte todos los apuntes, aprender técnicas, herramientas, teorías. Y está bien que así sea. La formación es importante. Pero eso no alcanza. Porque el periodismo, de verdad, es vocación.
Es algo que te atraviesa. Que te despierta antes de que suene el despertador porque hay una historia que contar. Que te hace estar en la calle cuando otros están en sus casas. Que te lleva a buscar una fuente más, a chequear un dato, a preguntar lo incómodo, a escribir cuando ya no te quedan fuerzas.
La vocación no se enseña. Se siente. Y es eso lo que hace la diferencia entre un periodista y alguien que simplemente estudió periodismo.
Porque este oficio, más allá de las cámaras, los micrófonos o las redes, es una forma de mirar el mundo. Y si no tenés esa mirada… podés ser muchas cosas. Pero periodista, no.
